Desde la década de los 60,
70 en la época de los “hippies”, somos testigos
que la violencia infantil y
juvenil a cada año va aumentando asombrosa y preocupantemente. En este sentido existen
investigaciones realizadas en los EEUU y en diferentes países del globo, entre
niños y adolescentes comprendidos entre los siete y los dieciséis años de edad,
donde se compararon la situación emocional de éstos a mediados de la década de
los setenta y a finales de los ochenta,
demostrando la existencia de un claro descenso en el grado de competencia
emocional. Este estudio, que se basa en las valoraciones realizadas por los
padres y los profesores, muestra un deterioro de esta situación. Y no se trata
de que exista un solo problema, sino que todos los indicadores apuntan en la
misma dirección inquietante. Estos son, en términos generales los ámbitos en
los que ha habido un franco deterioro de la calidad social de ese grupo:
•Marginación o problemas sociales: tendencia al aislamiento, a la
reserva y al mal humor; falta de energía; insatisfacción y dependencia.
•Ansiedad y depresión: soledad; excesivos miedos y
preocupaciones; perfeccionismo; falta de afecto; nerviosismo, tristeza y
depresión.
•Problemas de atención o de razonamiento: incapacidad para prestar
atención y permanecer quieto; “sueños diurnos”; impulsividad; exceso de
nerviosismo que impide la concentración; bajo rendimiento académico;
pensamientos obsesivos.
•Delincuencia o agresividad: relaciones con personas
problemáticas; uso de la mentira y el engaño; exceso de justificación;
desconfianza; exigir la atención de los demás; desprecio por la propiedad
ajena; desobediencia en casa y en la escuela; mostrarse testarudo y caprichoso;
hablar demasiado; fastidiar a los demás y tener mal genio.
Ninguno de estos problemas considerados aisladamente, es lo bastante
poderoso como para llamar nuestra atención, pero tomados en conjunto constituyen
un claro indicador de la existencia de cambios muy profundos, como un nuevo
tipo de pandemia que ataca a nuestra infancia y juventud y que afecta
negativamente su nivel de competencia
emocional. Este desasosiego emocional parece ser el precio que van a pagar los
jóvenes por la vida moderna con alta
tecnología que estamos generando. Una pregunta muy particular que deberíamos
hacernos con toda honestidad, sería: ¿Nuestros propios hijos, nietos o sobrinos
están dentro de esta estadística?
Une Bronfenbrenner, conocida psicóloga evolutiva de la Universidad de
Cornell que ha llevado a cabo un estudio comparativo a escala mundial sobre el
bienestar infantil, afirma: «las presiones externas son tan grandes que, a
falta de un buen sistema de apoyo, hasta las familias más unidas están
empezando a fragmentarse. La incertidumbre, la fragilidad y la inestabilidad de
la vida cotidiana familiar afectan a todos los segmentos de nuestra sociedad, incluyendo
a las personas acomodadas y con un elevado nivel cultural. Lo que está en
juego es nada menos que la próxima generación —especialmente los varones—, que
durante su desarrollo son mas vulnerables ante las fuerzas disgregadoras y a
los devastadores efectos del divorcio, la pobreza y el desempleo. El estatus de
las familias y los niños es más
inquietante que nunca [...] Estamos privando a millones de niños de sus
capacidades y de sus aptitudes morales».
Por lo tanto, no se trata de un fenómeno exclusivamente norteamericano
sino de una situación global donde el mercado mundial busca abaratar los costos
laborales y termina haciendo mella sobre la familia. Esta es una época en la
que, las familias se ven acosadas, en la que ambos padres deben trabajar muchas
horas y se ven obligados a dejar a los niños abandonados a su propia suerte o,
como mucho, al cuidado del televisor o
la guardería. Es una época en la que muchos niños crecen en condiciones de
extrema pobreza; una época en la que cada vez hay más familias con un solo
responsable; una época, en la que la atención cotidiana que reciben los más
jóvenes raya en la negligencia. Todo esto supone, aun en el caso de que los
padres alberguen las mejores intenciones, el
menoscabo de los pequeños, innumerables y sustanciosos intercambios
familiares que van cimentando el desarrollo de las facultades emocionales.
¿Qué podemos hacer pues, si la familia ya no cumple adecuadamente con su
función de preparar a los hijos para la vida?
Un análisis más detenido de los mecanismos que subyacen en cada uno de
estos problemas concretos nos ayudará a comprender la importancia de las
habilidades sociales y emocionales, y arrojará luz sobre las medidas preventivas o correctivas más
eficaces para encauzar a los niños en una dirección más adecuada. Entre ellas
podemos citar acciones referentes al: control de la agresividad, prevención de
la depresión, los trastornos que causan los hábitos alimenticios, trabajo con
personas solitarias y marginadas, el aprendizaje de la importancia de la
amistad, prevención del abuso del
alcohol y drogas.
Actualmente, se observa un gran esfuerzo que hace el Coaching por
utilizar diferentes tipos de herramientas como la Inteligencia Emocional para ayudar a las personas a aliviar este
tipo de problemas que afectan su equilibrio, bienestar y felicidad
en la vida. Existe desde hace
unos veinte años, un programa de capacitación
“Self Science”, un modelo para la enseñanza de la inteligencia emocional
en las escuelas. Cuya directora Karen
Stone McCown afirma: «cuando enseñamos
algo sobre el enojo, ayudamos a los
niños a comprender que casi siempre es una reacción secundaria y a buscar lo
que subyace en él: “¿estás herido? ¿celoso?” Es así como nuestros niños
aprenden que siempre disponen de diferentes posibilidades para responder a una
emoción y que su vida será más rica cuantas más alternativas de respuesta
tengan».
La enumeración de los contenidos de Self Science coincide punto por
punto con los temas fundamentales de la inteligencia emocional y con las
habilidades esenciales que constituyen una forma primaria de prevención para
las dificultades que preocupan a los niños.
Los temas impartidos incluyen la toma
de conciencia de uno mismo (en el sentido de reconocer los propios
sentimientos, elaborar un vocabulario adecuado y conocer la relación existente
entre los pensamientos, los sentimientos y las reacciones), darse cuenta de si,
como son los pensamientos o los sentimientos los que están gobernando una
determinada decisión, considerar las consecuencias de las distintas
alternativas posibles y aplicar todo este conocimiento a la toma de decisiones
sobre temas tales como: la droga, el alcohol, el tabaco o el sexo. Otra forma
de decirlo sería afirmar que la conciencia de uno mismo consiste en reconocer
los puntos fuertes y las debilidades de cada uno y contemplarse bajo una perspectiva
positiva pero realista (evitando así un error muy frecuente referido a la
autoestima).
Otros temas muy importantes consisten en controlar las emociones: comprender lo que se halla detrás de un
determinado sentimiento (por ejemplo, el dolor que desencadena el enojo),
aprender formas de manejar la ansiedad, la ira y la tristeza, asumir la
responsabilidad de nuestras decisiones y de nuestras acciones y proseguir hasta
llegar a alguna solución de compromiso. Una habilidad social clave es la empatía (rapport), la comprensión de
los sentimientos de los demás, lo cual implica asumir su punto de vista y
respetar las diferencias existentes en el modo en que las personas experimentan
los sentimientos. Las relaciones
también constituyen un tema extraordinariamente importante (un tema que supone
aprender a escuchar y a preguntar), diferenciar entre lo que alguien dice y
hace y nuestras propias reacciones y juicios, aprender a ser positivo (en lugar
de enojado o pasivo) y adiestrarse en las artes de la cooperación, la
resolución de conflictos y la negociación de compromisos.
Al término de la capacitación el niño o adolescente es sometido a una
especie de diálogo socrático y a un test oral en Self Science. Algunas de las
preguntas finales son: «describe una respuesta adecuada para ayudar a un amigo
a resolver el conflicto que supone que
alguien le presione a tomar drogas», «¿cómo solucionarías el problema de un
amigo que suele molestarte?» o «enumera algunas formas sanas de manejar el
estrés, el enfado o el miedo». Estoy seguro de que, esté donde esté,
Aristóteles, siempre tan preocupado por la cuestión de las habilidades
emocionales, aplaudiría este intento. Que de buena forma nosotros (en nuestra
realidad latino-americana) también
podríamos capacitar a nuestros niños y adolescentes en las escuelas a fin de
comprender y controlar sus emociones, generando Inteligencia Emocional, que va
a ir en provecho de la calidad de vida de ellos mismos y de nuestra sociedad en
general.
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