Recuerdo muy bien, cuando
estaba realizando una “prueba de valor”
en el Curso el Comandos, los monitores calificaron mi actuación de “¡Comando
emotivo!”, la verdad de todo es que no
entendía bien ese término. Creo que querían decirme que tenía mucho miedo o
que estaba arrugándome fácilmente ante
la dificultad de la prueba. Desde los años 70 viene mi inquietud por entender a
cabalidad el mundo interno de
nuestras emociones.
Sabemos que nuestra cultura occidental
valorizó mucho más hasta finales del siglo pasado la Inteligencia innata
de las personas, para pronosticar su éxito en la vida, basado en los Test de
Coeficiente Intelectual (CI) que mide la parte racional de nuestro cerebro,
negando espacio para la actividad emocional que es la otra parte del cerebro. La ciencia psicológica
sabía muy poco -si es que sabía algo- sobre los mecanismos de las emociones.
Durante las últimas décadas hemos asistido a una serie de
investigaciones científicas sobre la emoción, que permiten vislumbrar el
funcionamiento del cerebro gracias a la innovadora tecnología del escáner
cerebral. Estos nuevos medios tecnológicos han desvendado uno de los misterios
más profundos: el funcionamiento exacto de esa intrincada masa de células
mientras estamos pensando, sintiendo, imaginando o soñando.
Ello constituye un auténtico desafío para quienes tienen una visión
estrecha de la inteligencia y aseguran que el CI es un dato genético que no
puede ser modificado por la experiencia vital y que el destino de nuestras
vidas se halla, en buena medida, determinado por esta aptitud. Pero este
argumento pasa por alto una cuestión decisiva: ¿qué cambios podemos llevar a
cabo para que a nuestros hijos les vaya bien en la vida?, ¿Qué factores entran
en juego, cuando personas con un elevado CI no saben qué hacer mientras que
otras, con un modesto, o incluso con un bajo CI, lo hacen sorprendentemente
bien? La tesis de los estudios de IE nos
dice que esta diferencia radica con frecuencia en el conjunto de habilidades
que hemos venido en llamar de inteligencia
emocional (IE), entre las que se
destacan el autocontrol, el entusiasmo, la perseverancia y la capacidad para
motivarse a si mismo. Y todas estas capacidades, pueden enseñarse a los niños, brindándoles
así la oportunidad de sacar el mejor rendimiento posible al potencial
intelectual que les haya correspondido en la lotería genética.
La meta de esta nueva corriente es de llegar a comprender el significado
—y el modo— de dotar de inteligencia a
la emoción. La arquitectura emocional del cerebro explica una de las coyunturas más
desconcertantes de nuestra vida, es un buen inicio en esta fascinante realidad.
Aquella en que nuestra razón se ve desbordada por el sentimiento. Llegar a
comprender la interacción de las diferentes estructuras cerebrales que
gobiernan nuestras iras y nuestros temores —o nuestras pasiones y nuestras
alegrías— puede enseñarnos mucho sobre la forma en que aprendemos los hábitos
emocionales que socavan nuestras mejores intenciones, así como también puede
mostrarnos el mejor camino para llegar a dominar los impulsos emocionales más
destructivos y frustrantes. Y lo que es aún más importante, dejando una puerta
abierta a la posibilidad de modelar los hábitos emocionales de nuestros hijos.
Al disponer los datos neurológicos de esa aptitud vital básica que
denominamos inteligencia emocional, nos permitirá, por ejemplo, tomar las
riendas de nuestros impulsos emocionales, comprender los sentimientos más
profundos de nuestros semejantes, manejar amablemente nuestras relaciones o
desarrollar lo que Aristóteles denominara la infrecuente capacidad de «enfadarse
con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el
propósito justo y del modo correcto». Este modelo ampliado de lo que
significa «ser inteligente» otorga a las emociones un papel central en
el conjunto de aptitudes necesarias para vivir.
La IE examina algunas
características fundamentales de este tipo de aptitudes: pueden
ayudarnos a cuidar nuestras relaciones
más preciadas y al contrario su ausencia
puede llegar a destruirlas; las fuerzas económicas que modelan nuestra vida
laboral están poniendo un énfasis sin precedentes en estimular la IE para
alcanzar el éxito laboral; las emociones tóxicas pueden ser peligrosas para
nuestra salud física de la misma forma que fumar varios paquetes de tabaco al
día y por lo contrario el equilibrio emocional contribuye a proteger nuestra salud y bienestar.
La herencia genética nos ha dotado de un bagaje emocional que determina
nuestro temperamento, pero los circuitos cerebrales implicados en la actividad
emocional son tan extraordinariamente maleables que no podemos afirmar que el
carácter determine nuestro destino. Las lecciones emocionales que aprendimos en
casa y en la escuela durante la niñez modelan estos circuitos emocionales tornándonos
más aptos —o más ineptos— en el manejo de los principios que rigen la IE. En
este sentido, la infancia y la adolescencia constituyen una buena oportunidad
para asimilar los hábitos emocionales fundamentales que gobernarán el resto de
nuestras vidas.
Los principios de la IE, nos permite visualizar lo que les aguarda a
aquellas personas maduras cuando no logran controlar su mundo emocional y de
qué modo las deficiencias de su IE aumentan el abanico de posibles riesgos. Riesgos
que van desde la depresión hasta una vida llena de violencia, pasando por los
trastornos alimenticios y el abuso de las drogas. Percibimos también que existe
en la presente generación infantil una tendencia al aislamiento, depresión,
ira, falta de disciplina, nerviosismo, ansiedad, impulsividad y agresividad, en suma un gran aumento de los
problemas emocionales.
Proponer una solución ante esta
compleja realidad es muy riesgoso; Sin embargo, ella deberá pasar necesariamente por la
preparación de nuestros jóvenes para la vida. En la actualidad dejamos al azar
la educación emocional de nuestros hijos con consecuencias muy desastrosas. Las
escuelas deberán jugar un rol muy importante a través de una educación
integral, reconciliando en las aulas los aspectos de la mente y al corazón.
Recientemente algunas profesiones como el Coaching están comenzando a
incorporar los principios de la IE en su tarea de ayudar y motivar a sus
clientes a tener una vida holística más saludable y equilibrada, también ya
existen algunas escuelas innovadoras que
tratan de enseñar a los niños los principios fundamentales de la IE. Sería
lindo imaginar que algún día, la educación incluya en su programa de estudios
la enseñanza de habilidades tan esencialmente humanas como el autoconocimiento,
el autocontrol, la empatía y el arte de escuchar, resolver conflictos y
colaborar con los demás.
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