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lunes, 10 de septiembre de 2012

Semillas de Muérdago No 30: IMPORTANCIA DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL (IE)



     Recuerdo muy bien, cuando estaba realizando  una “prueba de valor” en el Curso el Comandos, los monitores calificaron mi actuación de “¡Comando emotivo!”, la verdad de todo es que  no entendía bien ese término. Creo que querían decirme que tenía mucho miedo o que  estaba arrugándome fácilmente ante la dificultad de la prueba. Desde los años 70 viene mi inquietud por entender a cabalidad  el mundo interno de nuestras  emociones.

     Sabemos que nuestra cultura occidental  valorizó mucho más hasta finales del siglo pasado la Inteligencia innata de las personas, para pronosticar su éxito en la vida, basado en los Test de Coeficiente Intelectual (CI) que mide la parte racional de nuestro cerebro, negando espacio para la actividad emocional que es la otra parte del cerebro. La ciencia psicológica sabía muy poco -si es que sabía algo- sobre los mecanismos de las emociones.

     Durante las últimas décadas hemos asistido a una serie de investigaciones científicas sobre la emoción, que permiten vislumbrar el funcionamiento del cerebro gracias a la innovadora tecnología del escáner cerebral. Estos nuevos medios tecnológicos han desvendado uno de los misterios más profundos: el funcionamiento exacto de esa intrincada masa de células mientras estamos pensando, sintiendo, imaginando o soñando.

     Este aporte de datos neurobiológicos nos permite comprender con mayor claridad que nunca,  la manera en que los centros emocionales del cerebro nos incitan a la rabia o al llanto, el modo en que sus regiones más arcaicas nos arrastran a la guerra o al amor y la forma en que podemos canalizarlas hacia el bien o hacia el mal.

     Ello constituye un auténtico desafío para quienes tienen una visión estrecha de la inteligencia y aseguran que el CI es un dato genético que no puede ser modificado por la experiencia vital y que el destino de nuestras vidas se halla, en buena medida, determinado por esta aptitud. Pero este argumento pasa por alto una cuestión decisiva: ¿qué cambios podemos llevar a cabo para que a nuestros hijos les vaya bien en la vida?, ¿Qué factores entran en juego, cuando personas con un elevado CI no saben qué hacer mientras que otras, con un modesto, o incluso con un bajo CI, lo hacen sorprendentemente bien? La tesis de los estudios de  IE nos dice que esta diferencia radica con frecuencia en el conjunto de habilidades que hemos venido en llamar de inteligencia emocional (IE),  entre las que se destacan el autocontrol, el entusiasmo, la perseverancia y la capacidad para motivarse a si mismo. Y todas estas capacidades,  pueden enseñarse a los niños, brindándoles así la oportunidad de sacar el mejor rendimiento posible al potencial intelectual que les haya correspondido en la lotería genética.

     La meta de esta nueva corriente es de llegar a comprender el significado —y el modo— de dotar de inteligencia a la emoción. La arquitectura emocional del cerebro  explica una de las coyunturas más desconcertantes de nuestra vida, es un buen inicio en esta fascinante realidad. Aquella en que nuestra razón se ve desbordada por el sentimiento. Llegar a comprender la interacción de las diferentes estructuras cerebrales que gobiernan nuestras iras y nuestros temores —o nuestras pasiones y nuestras alegrías— puede enseñarnos mucho sobre la forma en que aprendemos los hábitos emocionales que socavan nuestras mejores intenciones, así como también puede mostrarnos el mejor camino para llegar a dominar los impulsos emocionales más destructivos y frustrantes. Y lo que es aún más importante, dejando una puerta abierta a la posibilidad de modelar los hábitos emocionales de nuestros hijos.

    Al disponer los datos neurológicos de esa aptitud vital básica que denominamos inteligencia emocional,   nos permitirá, por ejemplo, tomar las riendas de nuestros impulsos emocionales, comprender los sentimientos más profundos de nuestros semejantes, manejar amablemente nuestras relaciones o desarrollar lo que Aristóteles denominara la infrecuente capacidad de «enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto». Este modelo ampliado de lo que significa «ser inteligente» otorga a las emociones un papel central en el conjunto de aptitudes necesarias para vivir.

     La IE examina algunas  características fundamentales de este tipo de aptitudes: pueden ayudarnos  a cuidar nuestras relaciones más preciadas y al  contrario su ausencia puede llegar a destruirlas; las fuerzas económicas que modelan nuestra vida laboral están poniendo un énfasis sin precedentes en estimular la IE para alcanzar el éxito laboral; las emociones tóxicas pueden ser peligrosas para nuestra salud física de la misma forma que fumar varios paquetes de tabaco al día y por lo contrario el equilibrio emocional contribuye  a proteger nuestra salud y bienestar.

     La herencia genética nos ha dotado de un bagaje emocional que determina nuestro temperamento, pero los circuitos cerebrales implicados en la actividad emocional son tan extraordinariamente maleables que no podemos afirmar que el carácter determine nuestro destino. Las lecciones emocionales que aprendimos en casa y en la escuela durante la niñez modelan estos circuitos emocionales tornándonos más aptos —o más ineptos— en el manejo de los principios que rigen la IE. En este sentido, la infancia y la adolescencia constituyen una buena oportunidad para asimilar los hábitos emocionales fundamentales que gobernarán el resto de nuestras vidas.

     Los principios de la IE, nos permite visualizar lo que les aguarda a aquellas personas maduras cuando no logran controlar su mundo emocional y de qué modo las deficiencias de su IE aumentan el abanico de posibles riesgos. Riesgos que van desde la depresión hasta una vida llena de violencia, pasando por los trastornos alimenticios y el abuso de las drogas. Percibimos también que existe en la presente generación infantil una tendencia al aislamiento, depresión, ira, falta de disciplina,  nerviosismo, ansiedad,  impulsividad y  agresividad, en suma un gran aumento de los problemas emocionales.

     Proponer  una solución ante esta compleja realidad es muy riesgoso; Sin embargo, ella  deberá pasar necesariamente por la preparación de nuestros jóvenes para la vida. En la actualidad dejamos al azar la educación emocional de nuestros hijos con consecuencias muy desastrosas. Las escuelas deberán jugar un rol muy importante a través de una educación integral, reconciliando en las aulas los aspectos de la mente y al corazón.

     Recientemente algunas profesiones como el Coaching están comenzando a incorporar los principios de la IE en su tarea de ayudar y motivar a sus clientes a tener una vida holística más saludable y equilibrada, también ya existen  algunas escuelas innovadoras que tratan de enseñar a los niños los principios fundamentales de la IE. Sería lindo imaginar que algún día, la educación incluya en su programa de estudios la enseñanza de habilidades tan esencialmente humanas como el autoconocimiento, el autocontrol, la empatía y el arte de escuchar, resolver conflictos y colaborar con los demás.

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